martes, 5 de noviembre de 2013

La Luz de Otoño

La luz de los atardeceres de Otoño no ilumina los objetos, los acaricia. Se posa sobre los paisajes amarillentos con la delicadeza de una mariposa moribunda y recorre los rostros con la suavidad de una mano anciana.

La luz de los atardeceres de Otoño descompone la vida en una infinita gama de ocres y huye de las estridencias, de los desenlaces drásticos, de los contrastes violentos del verano para diluir los ángulos y las líneas en un sfumato renacentista. 

Chinchón. Imagen: Ramiro Curá

La luz de los atardeceres de Otoño, tiene la templanza de la experiencia y la serenidad de quien ha vivido y barrunta el final. 

Hoy, día de Todos los Santos, la contemplo desde Chinchón, desde el mirador que hay junto a la Iglesia de la Asunción, como otros años lo hice desde Positano, San Sebastián, Granada o Ronda; y me doy cuenta de que da igual el lugar desde el que la admire porque, la luz de los atardeceres de Otoño, es bella en sí misma. 

Chinchón. Imagen: Ramiro Curá

miércoles, 12 de junio de 2013

El Cine Europa

“En la melancólica media luna del atardecer de invierno, enfilaron Bravo Murillo desde Cuatro Caminos. A medida que se acercaban a su destino, iban encontrando grupos de peatones cada vez más numerosos, que se dirigían al lugar del mitin, ocupando las aceras e invadiendo la calzada. [ ] El cine ocupada todo un edificio de tres plantas. Los grandes paneles publicitarios de la fachada habían sido cubiertos por telones negros donde figuraban los nombres de los falangistas muertos en enfrentamientos callejeros o en emboscadas. [ ] Un seísmo pareció sacudir los cimientos del cine Europa al pisar la escena José Antonio Primo de Rivera.” (Riña de Gatos, Eduardo Mendoza)


Me gustan las novelas que mezclan realidad y ficción, personajes  inventados con figuras históricas a la manera en que en los poemas de Homero se fundían mortales y dioses. Y me gusta que las tramas se desarrollen en espacios tangibles, reconocibles. Por eso me aburre la literatura fantástica y siempre acabo encontrando algo mucho más interesante – gustos son gustos - que “El Señor de los Anillos” para llevarme a la cama.

Me priva apuntar los escenarios  por los que discurren las acciones  y salir luego a perseguir los pasos de los protagonistas por las ciudades que habito. Me he sorprendido a mí mismo siguiendo a Roque Díaz  - Frontera Sur  - por Buenos Aires,  a la Maga – Rayuela - por París, a Daniel Quinn - Trilogía de Nueva York -  por Manhattan,  al Pijoaparte - Últimas Tardes con Teresa - por Barcelona, a Minaya - Beatus Ille - por ese trasunto de Mágina que es Úbeda…He buscado la casa de Inés - Inés y la Alegría - en la calle Montesquinza, la de Andrea – Nada – en Aribau, la de Santiago Abel – La Noche de los Tiempos -  en Príncipe de Vergara…He soñado  tropezarme con Jim Wormold – Nuestro Hombre en La Habana – en La Habana, con Galip – El Libro Negro – en Estambul, con Santiago Biralbo – El Invierno en Lisboa – en Lisboa. Me he obsesionado con la perspectiva de una plaza en Granada – El Robinson Urbano -, con el  aroma de un mercadillo en el Caribe  – El Siglo de Las Luces –, con cierta luz crepuscular  en Venecia -Muerte en Venecia -…Y me he emocionado al doblar una esquina, como quien pasa una página, y descubrir en una callejuela soleada o en una plazoleta minúscula, una casa señorial o un palacete donde alguien una vez imaginó a su personaje cruzándose con un joven Alberti de mono azul  o transgrediendo rígidas normas de clase en el primer club feminista de la capital.

Las ciudades son láminas transparentes que las novelas nos ayudan a colorear. Ciertos edificios, ciertos monumentos, ciertos parques, ciertas calles secundarias no existen, son traslúcidos, hasta que los leemos. Y su hallazgo tiene ese punto de exaltación ansiosa y playa virgen de los descubrimientos.

Cine Europa
De todos estos hitos urbanos, los que peor ha tratado el paso del tiempo son, sin duda,  los cines. Como el Europa, de cuya existencia supe el otro día leyendo Riña de Gatos de Eduardo Mendoza. Situado en la madrileña calle de Bravo Murillo, algo más arriba de Cuatro Caminos, fue diseñado por Luis Gutiérrez Soto - "el arquitecto de los cines": Callao, Barceló (hoy discoteca Pachá) - en 1928. Sus formas suaves, hijas del expresionismo alemán,  y su enclave “periférico” con relación al centro urbano, debieron dotarlo de un aire majestuoso y moderno en la época.  En su escenario se celebraron mítines, como el de José Antonio Primo de Rivera que describe Mendoza en la novela, y tuvo lugar nada menos que la primera actuación de Antonio Machín en España.

José Antonio Primo de Rivera acompañado, entre otros, por Julio Ruíz de Alda y Raimundo Fernández Cuesta a la salida del mitin de Falange Española en el Cine Europa, el 12 de Febrero de 1936.
Comido por la curiosidad, y aprovechando que iba al cercano Cine Verdi, el domingo pasado salí temprano de casa para contemplarlo in situ. Debo decir que me costó encontrarlo. Primero, porque el desarrollo urbano de la zona lo ha ido engullendo. Y segundo, porque ya no existe, o no existe como tal.  El glamuroso Cine Europa al que las parejitas de preguerra iban a besarse y las damas de la alta sociedad a escuchar a sus ídolos cantantes, una noche echó el telón y dejó de pintarse los labios.  Y donde antes se leía entre candilejas: Casablanca o Mogambo, hoy reza prosaico: Saneamientos Pereda. Así, sin más, como bótox mal puesto.

Saneamientos Pereda


viernes, 7 de junio de 2013

El Libro de Arena

"Me dijo que su libro se llamaba El Libro de Arena, porque ni el libro ni la arena tienen principio ni fin" (Jorge Luis Borges, "El Libro de Arena", 1975)

Los libros encierran innumerables historias. De todas ellas, la que contienen sus renglones, la que imaginó el escritor, tan sólo es una más. Tal vez la más obvia, la más lineal, a veces la menos interesante, la única que con cierta certeza consta de principio y fin. Luego están las otras, mucho más enigmáticas, las que acaban tiñendo sus páginas de amarillo tiempo y llenándolas de misteriosas cicatrices: un pétalo marchito marcando un capítulo, la tinta desleída de una hoja acartonada - quizás por una lágrima o por una gota de lluvia -,  los restos de carmín sobre unos versos desnudos o la violencia de un garabato desgarrando una dedicatoria ya por siempre encriptada. La historia leída, la que plasma el escritor, es el ADN del libro, su parte inmutable. Las otras, las que lo hacen único, imprevisible. Como esos hijos que traemos al mundo tratando de moldearlos a nuestro antojo para que luego tomen sus propias decisiones y tengan el mal gusto de sobrevivirnos.

Foto: Ramiro Curá
Rojo era consciente de ello y por eso no se había atrevido nunca abrir aquél que Azul, al marcharse, dejó olvidado. Aunque a veces, en las tardes de tedio y nostalgia, lo sacaba con delicadeza del cajón y acariciaba su lomo evocando aquel verano tan corto como eterno: La recordaba leyéndolo sobre las rocas, junto al faro, o saliendo del mar bañada en atardeceres mientras una tenue brisa de levante agitaba sus hojas de acordeón desvencijado. Otras era él el que lo recogía, húmedo de rocío, de una hamaca del jardín donde Azul lo había abandonado tras hacer el amor precipitadamente, bajo la luna de Agosto, junto a dos copas de champagne vacías.


 Quién sabe qué pactos secretos traman el alcohol y el subconsciente. Tal vez fue el aroma a azahar que entraba por la ventana o el ladrido lejano de un perro o la luna llena o la canción de Billie Holliday que sonaba de regreso a casa…el caso es que aquella madrugada de primavera nueva, sacó el libro del cajón, se tumbó desnudo sobre la cama de sábanas recién cambiadas y se aventuró a leer: “La última vez que vi a Miguel Desvern o Deverne fue también la última que lo vio su mujer, Luisa, lo cual no dejó de ser extraño y quizá injusto, ya que ella era eso, su mujer, y yo era en cambio una desconocida…”. Y pasó una página y luego otra que culminaba un capítulo que luego se convirtió en primera parte a la que seguía una segunda…hasta que la ducha del vecino de arriba le indicó que ya debía de estar clareando. Entonces cerró el libro y, al apagar la luz, se dio cuenta de que tenía el pecho lleno de arena.




Para R., por hacerme ver que, si las letras juntas componen poesía, los colores el arcoíris. Y, cómo no, por devolverme libros llenos de arena. 

lunes, 3 de junio de 2013

En Construcción

"Es una historia de ida y vuelta. Un retrato de vida hecho de pedacitos de realidad [ ] Sole y Pablo llegaron a España creyendo en la salvación del sueño europeo. Y hoy, tan lejos de lo que vinieron buscando, surge la pregunta: ¿volver?" (Carolina Román y Nelson Dante)

"Un hombre y una mujer caminan por las calles de Madrid. No hay dramatismo en sus expresiones. De fondo: una ciudad desenfocada, un ruido, una distorsión [ ] Un espejo lleno de preguntas: ¿cómo nos ven? ¿cómo los vemos / tratamos? ¿qué haremos ahora que los inmigrantes en otros países volvamos a ser nosotros? ¿qué será de nuestros sueños? ¿de los sueños de Pablo y Sole?" (Tristán Ulloa)

Los amigos dibujan una constelación de letras que, combinadas entre sí, a veces forman palabras que dan lugar a frases que en última instancia acaban tejiendo maravillosas historias. Y del mismo modo que uno aprende con los años que ciertas letras juntas jamás podrán significar nada, también intuye que de la combinación de otras, incluso variando el orden, termina surgiendo siempre poesía. De este manera, el trabajar con C me permitió conocer  a V que me presentó a P y a J a quienes ella había conocido a través de A que, leyendo una crítica del susodicho P, descubrió una joyita teatral llamada En Construcción que fue a ver hace unos días  y que luego recomendó a su propia constelación de letras.


Y así fue como, en una tarde otoñal en primavera, mientras sonaban los clarines que anunciaban la salida del primer Jandilla al ruedo de Las Ventas, yo tomaba un metro en dirección al Teatro del Arte: un modesto portal en una calle secundaria de Lavapiés, una zona de tránsito con una mesa por taquilla y una minúscula barra, dos cómicos con bombín por único personal y un espacio escénico en el patio interior, en una nave perfectamente acondicionada en medio de una antigua corrala - ropa tendida desde las ventanas incluida -, donde público y actores están al mismo nivel, muy cercanos, casi rozándose.


 En cuanto a la obra: montaje austero, artesanal, desnudo. Dos personajes, una pequeña historia,  tan particular como universal, escrita y actuada por Carolina Román y Nelson Dante – que, por si fuera poco, también cantan y bailan - y dirigida por Tristán Ulloa.

Mi debilidad musical me hace resaltar la intimista versión a la guitarra del Sea de Jorge Drexler por parte de Dante y la conmovedora recreación al piano y a dos voces del Pétalo de Sal de Fito Páez.


Buen plan para una tarde cualquiera de esta primavera vestida de otoño  y que acabó con un emocionado aplauso a los actores tras el cual Román leyó una frase desgraciadamente recurrente en estos últimos tiempos en las salas a las que acudo: “Un pueblo que no ayuda y no fomenta su teatro, si no está muerto, está moribundo” (Federico García Lorca).







lunes, 27 de mayo de 2013

Cuéntame

Cuando Cuéntame comenzó a emitirse, allá por 2001, éramos un país aparentemente próspero con unos índices de desarrollo superiores a la media europea y orgullosos de una transición a la democracia que era puesta de ejemplo y estudiada en las Universidades más prestigiosas de Occidente. Las imágenes de la familia Alcántara y su humilde barrio de San Genaro lleno de inmigrantes provincianos en medio de un entorno gris, austero, de recato y sumisión al poder establecido y a la Iglesia, se nos antojaban superadas en el tiempo y el verlas nos hacía sentir bien con nosotros mismos y con la evolución que el país, en tan “pocos años”, había experimentado.  Seguramente que esa  tarea de enfrentarnos cada jueves a una vieja y marchita fotografía con nuestro rostro en que el peinado actual salía a todas luces ganando con respecto al de aquella época, tuvo que ver en el éxito tan brutal de la serie en sus inicios.


Pero hubo un momento en que el globo explotó, las certidumbres saltaron por los aires y todo lo que creíamos sólido, se desmoronó. La España actual firmó un pacto tácito con la del pasado y, como si de dos países vecinos aislados durante años se tratase, decidieron construir un túnel del tiempo que los volviese a unir. La España de Cuéntame, seguía cavando hacia el futuro, la actual, comenzó a hacerlo con celeridad hacia el pasado: crisis, contratos precarios, recortes en educación, privatización de la sanidad, retroceso en la ley del aborto, enseñanza católica obligatoria… con la idea no declarada de juntarse en algún punto intermedio de la historia.

El jueves pasado, viendo el último capítulo de la temporada de este ya clásico de la televisión, escribí un comentario banal en una red social sobre lo que le estaba sucediendo a uno de los personajes. Al momento me contestó una amiga sorprendida de que la serie todavía siguiera en antena. Me extrañó su respuesta así que decidí preguntarle que dónde se encontraba para no saberlo: "En Colonia, esto es muy bonito y la gente es muy agradable pero no es Andalucía, no tapitas, no terrazas con amigos, no risas hasta las 3 de la madrugada... pero hemos venido a trabajar que es lo que no se puede en España... aunque sin el idioma no encuentras nada [ ] Ya vamos hablando algo. Estamos deseando volver y apenas hemos llegado... Pablo, como es médico, necesita el B 2 y yo para trabajar en Psicomotricidad infantil también... Es bastante complicado, pero se supone que en Octubre tenemos el B 2, no es tan fácil como antes [ ] Aquí hace mucho frío... los que podáis resistid... ¡mejor allí!". 


Le deseé suerte y cerré el ordenador. Y mientras me lavaba los dientes antes de meterme en la cama, me asaltó la duda de si realmente habría estado hablando con mi amiga Carolina de Linares o tal vez con algún personaje de Cuéntame salido del túnel de tiempo...


Para Carolina y su chico por el futuro, por el regreso, por la valentía de hacer las maletas...por inspirarme este post.

jueves, 23 de mayo de 2013

Videla


Los artículos sobre su muerte le sorprendieron el sábado mientras regresaba a Madrid en un día gris y frío. Fotos y nombres del pasado emergían del túnel del tiempo golpeando sus pupilas con la misma furia con que la lluvia golpeaba los ventanales del tren. En su memoria sacudida, dos imágenes nítidas de aquel hombre.

Jorge Rafael Videla

En la primera, se pasea por las atestadas calles de su niñez saludando sonriente desde el asiento trasero de un coche. El ruido ensordecedor  de los aviones de combate contamina el aire desde muy temprano y sus mayores, mimetizados con el ambiente, algo que se le hace difícil de explicar hoy en día, agitan pequeñas banderas celestes y blancas a su paso.

En la segunda,  entrega orgulloso la copa del mundo de fútbol a un Passarella muy joven ante la atenta mirada de Ardiles, Kempes, Tarantini y el resto del equipo nacional.

Videla entrega la copa a Passarella, capitán de la selección argentina

En ambas imágenes, hace frío. En ambas, el fervor de las masas. En ambas, el celeste y blanco lo impregna todo. En ambas, él es un niño feliz que no ve más allá de lo que ven sus ojos.

Luego hay otros recuerdos más sórdidos, distorsionados sin duda por el paso del tiempo, que él sólo al crecer supo comprender que estaban relacionados con aquel hombre: un registro policial en una casa a medianoche,  una visita a unos parientes lejanos un fin de semana  que alguien sopló  que podía ser “de riesgo” en el pueblo,  un viaje de su madre a Córdoba en pleno mundial y una mudanza  a España por un tiempo “para conocer Europa y la nieve” - versión infantil -, “hasta que la situación se calme” – versión adulta.


Quiso la casualidad que ese mismo sábado, treinta y cinco años después de todo aquello, hubiera quedado brevemente con su primo A., con quien tanto jugó de pequeño en su Salta natal y que desde hace un tiempo vive en Barcelona. Él le habló de los cambios en su  vida, A. de los suyos, del nacimiento hace unos meses de su hija C., de lo que le gustaba su nueva ciudad, de su trabajo en el mundo del cine… hicieron propósito de verse pronto y se abrazaron antes de despedirse. Te veo bien, le dijo él a su primo mientras se alejaba. Por cierto, ¿Viste ayer la final de la Copa?  A. se dio la vuelta y sonrió. Uno de River, otro de Boca. Ayer fue un buen día, primo. ¿Por qué? Porque ganó el Atleti y murió Videla.

Te quiero. Yo también. En breve voy a conocer a C. Te espero. Chau. Chau.

"Sí, sí señores, soy argentino / sí, sí señores, de corazón / .../ porque Argentina mostró al mundo / que en nuestro pueblo se vive en libertad"


lunes, 25 de febrero de 2013

George


El tercero en discordia, el más joven de los cuatro, el primero de ellos en viajar a Estados Unidos, en acercarse a la espiritualidad oriental a través del gurú Ravi Shankar, en introducir el sitar en el rock – todo un acontecimiento en su época -, en querer dejar la banda…


No era un gran virtuoso de la guitarra cuando entró en el grupo pero lo acabó siendo. Autor de alguno de los temas más maravillosos del cuarteto, en su momento un tanto eclipsados por los del tándem Lennon-McCartney, como Here Comes The Sun o Something que él mismo se encargó de interpretar en los discos, fue un precursor de los macrofestivales benéficos y el primero en editar un álbum triple.

George tocando el sitar

Introvertido, aunque dicen que buen conversador y cercano en la intimidad, siempre  huyendo de los focos y buscando el segundo plano en su etapa en la banda, hoy hubiese cumplido 70 años. Yo, de nacer Beatle, hubiese querido ser él. Hubiese querido ser George Harrison.



sábado, 23 de febrero de 2013

Pasado


Suma de números escritos a tiza sobre una barra de madera gastada, grifo de vermut, barriles con nombres de vinos a granel. Un viejo de barba blanca entra desde el frío. La campanilla de la puerta lo delata. Va dejando libros de poemas sobre las mesas ocupadas. Un camarero de modales anacrónicos y camisa planchada pasa junto a él, lo mira con la displicencia de la familiaridad pero no lo saluda, tampoco lo invita a marcharse. Un grupo de jóvenes prolijamente desaliñados pide la cuenta.

Niños de la posguerra. Berlín, 1947

Ella va al baño. Él se entretiene contemplando viejas fotos que adornan las paredes. Se imagina ese mismo local hace cien años, poblado de sombreros y mocasines de charol brillante. Sólo hombres en su interior, un limpia en la puerta, una cigarrera de paso. Se oyen palabras anticuadas, expresiones extintas. Hablan de islas de ultramar perdidas, de atentados al rey, de semanas trágicas, hay partidarios de un tal Gallito y otros de un tal Belmonte. En una esquina, alguien trata de pasar desapercibido o simplemente hace tiempo. La vista extraviada sobre un periódico manoseado, el café humeante junto a una maleta de cartón gastado. Quizá sea un anarquista camino de una conspiración, quizá un asesino pasional que duda o tal vez un simple viajante de telas de paso por la ciudad. Discusiones de otros tiempos, las mismas angustias vitales de siempre.

Calle del Conde de Peñalver. Madrid, 1928.

El camarero deja dos cañas sobre la mesa mientras comenta  la última proeza de Messi. El viejo de barba blanca pasa recogiendo los libros de poemas que nadie ojeó. Ella vuelve del baño, cuelga el bolso del respaldo de su silla, ningún móvil sobre la mesa. Su pelo corto realza un rostro de belleza segura, sin aditivos.

-Si pudieras viajar en el tiempo, ¿A dónde lo harías? ¿Al pasado o al futuro?

Ella lo mira extrañada, parece vacilar, vuelve la vista hacia las fotos en blanco y negro que cuelgan de las paredes: niños remendados, mujeres de riguroso luto asando castañas, un toro muerto en plena vía, calles encharcadas y sin asfaltar…

- Al futuro.

-¿Por qué?

Levanta su vaso para brindar y le insta a él a hacerlo también.

-Porque el pasado huele mal.


Para V. por regalarme una tarde la frase del final y por invitarme a viajar, de vez en cuando, sin salir de un café o de un bar.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Sectarismos


"[ ] lo difícil que es en este país la disidencia verdadera. Tenemos una idea falsa de nosotros mismos, según la cual somos gente vehemente, que dice lo que piensa y que eso nos distingue de los extranjeros. Pero aquí es muy difícil decir lo que se piensa. Vivimos en una sociedad en la que, por falta de tradición democrática, existe una incapacidad de aceptar con naturalidad las opiniones o las informaciones que contradicen la ortodoxia establecida por un grupo." 

El día que en Barrio Sésamo explicaron la diferencia entre derecha e izquierda, el sectarismo, como la corrupción, faltó. Por eso, el sectarismo no es nada sectario con las ideologías y es capaz de sentarse a la mesa con cualquiera de ellas, sobre todo si tocan poder, y seducirlas sin ningún tipo de miramientos.  

No pasa nada, uno elige un bando, el que él cree que es el de los buenos, y paga su cuota de servilismo, a costa de su dignidad en muchas ocasiones, a cambio de obtener una defensa incondicional y a ultranza por parte del grupo mientras, eso sí, no se salga de su libro de estilo.

El problema surge cuando alguien decide saltarse ese compendio de buenos modales e ir por libre. Entonces, está jodido.

Ayer, en ese mismo periódico en que leía la interesantísima entrevista a Muñoz Molina en que figura la frase que encabeza este post, venía una noticia relacionada con un ex futbolista, Salva Ballesta, cuyo fichaje como técnico por un club de fútbol ha sido finalmente descartado por sus ideas políticas. Tiro de hemeroteca para  ver su historial de declaraciones y llego a la conclusión de que yo también, efectivamente,  estoy muy alejado de su supuesta ideología. Pero la cuestión es otra: ¿debe ser esto un factor determinante para vetar a alguien a que acceda a un puesto de trabajo en que lo que se requiere es una aptitud técnica sobre un deporte concreto? Creo que contestar afirmativamente a esto nos puede conducir a una espiral antidemocrática muy peligrosa de la que han sido víctima a lo largo de la historia desde escritores y cineastas hasta médicos o carpinteros por el simple hecho de atreverse a decir lo que pensaban.

Salva Ballesta


Cuentan que a finales de los 70,s, alguien de la Academia llamó a Borges para comunicarle que le iban a conceder el Premio Nobel de Literatura por su inmensa obra pero que a cambio debía condenar públicamente la cruenta dictadura militar argentina. El escritor, poco dado a las concesiones a la galería, contestó que si le querían dar el Nobel que se lo dieran pero que a él nadie le apuntaba lo que debía decir. A continuación, colgó el teléfono. Se quedó sin el premio, pero hizo bien.

Jorge Luis Borges

sábado, 16 de febrero de 2013

Amistad


"Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo del dentífrico"
(Rayuela, Julio Cortázar)

"Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuego iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego  sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros, arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende."
(El Libro de los Abrazos, Eduardo Galeano)


La verdadera amistad tiene algo de principio de novela de Cortázar transformado con el tiempo en cuento de Galeano.

Solía reunirlos la casualidad, de año en año, en distintos lugares, en medio de multitudes en que ellos no tardaron en descubrir que vibraban en la misma onda.


Un día quisieron arriesgar y se citaron para comprobar si la magia era inseparable del azar o por el contrario habitaba en el corazón de los humanos. Les gustó y repitieron.

Una madrugada de encuentro, uno de ellos abrió un libro. Un ticket amarillento de la Frick Collection marcaba la página 42. Un lápiz desdibujado, subrayaba una frase:

"Hay lugares de la ciudad que uno descubre por sí mismo en sus caminatas solitarias y otros que le son revelados como un regalo generoso de la amistad o el amor. Se puede regalar lo que uno más ama, cierta perspectiva al fondo de una calle, un parque pequeño junto a un puente, un café, un club de música, hasta un instante de la luz. Ese regalo intangible enriquece a quien lo ha hecho y se vuelve un tesoro enaltecido por el agradecimiento para el que lo recibe, en un recuerdo y también en la posibilidad de otro regalo. En el lugar estará siempre quien nos lo descubrió y el momento de nuestra vida en el que gracias a su mediación lo conocimos"
(Ventanas de Manhattan, Antonio Muñoz Molina)


Volvieron a releerla varias veces durante la noche, entre copa y copa, entre conversación y conversación. Incluso la acariciaron y la olieron, porque la belleza, cuando es auténtica, se disfruta con los 5 sentidos. Concluyeron que la meta es el camino, que la vida es mientras tanto y que la única certeza es el presente. Hubo pacto de meigas y amistad. De testigos, una guitarra y Bruce Springsteen. 

*Pequeño cuento para G. por la amistad, los momentos y esas galeradas del último libro de Antonio Muñoz Molina, Todo lo que era Sólido, que se publica la semana que viene y que yo, gracias a su impagable regalo, ya estoy disfrutando en mi casa. 


jueves, 14 de febrero de 2013

Hay dos clases de personas


Un día te levantas y decides que te gusta el café en vaso y dejas de pedirlo en taza. Una tarde que vuelves cansado del trabajo, llenas la bañera y concluyes que la ducha es sólo un sucedáneo para cuando tienes prisa o estás sólo. Y así te vas dando cuenta de que esas situaciones, aparentemente intrascendentes, que se nos presentan a cada instante en la vida diaria obligándonos a decidir de qué lado estamos, son como minúsculas cinceladas que van moldeando nuestra personalidad y marcando nuestro destino y el de quienes nos rodean.

Esta es la excusa que tomaron Eva Moreno y Juanca Vellido para construir lo que en realidad no deja de ser una hermosa poesía visual en tres minutos y medio en torno al amor y sus aristas.

Eva Moreno y Juanca Vellido, co-guionistas y co-directores del corto, en un bar de Lavapiés tras la "primicia mundial" para amigos.

En principio, su idea era escribirlo a cuatro manos para luego protagonizarlo cediendo la dirección a otra persona. Pero una madrugada de Chicote y llovizna en la Gran Vía madrileña en que una musa con turno de noche y cartel de libre los recogió de vuelta a casa, decidieron pasar por una vez de ser de esa clase de personas que actúan a ser de esa clase de personas que dirigen.

El proceso se aceleró muy rápido, los amigos se volcaron en el proyecto y hace un par de semanas decidieron juntarnos a unos cuantos privilegiados en casa de Juanca para mostrarnos en primicia esta pequeña joyita cuyo final, tan bello, nos emocionó a todos los allí presentes.

Como datos anecdóticos, destacar el original cartel diseñado por el artista rondeño Chemi Ramírez, y que la cámara digital empleada en el rodaje, la Canon 1DC, nunca antes había sido utilizada en España. ¡Debut a lo grande!

Lo han presentado al Jameson Notodofilmfest. Os dejo abajo el enlace para que lo disfrutéis y luego decidáis si sois de esa clase de personas a las que les ha encantado o de esa otra a las que simplemente les ha vuelto locos…



miércoles, 13 de febrero de 2013

Look & Beat


El futuro es audiovisual y está en las redes, sí, y las crisis son una hermosa oportunidad para agudizar el ingenio y tratar de sacar adelante nuevas ideas. Esto es lo que debió pensar Pedro Vikingo, que cuenta con una amplia trayectoria en el mundo de la imagen,  cuando hace algún tiempo decidió ponerse manos a la obra con un ilusionante proyecto que hoy, tras muchos meses de duro pero apasionante trabajo, ve la luz.

Look & Beat nace con una clara vocación audiovisual y con la intención de ser una revista bimensual, de carácter gratuito y exclusivamente online  con sus apps correspondientes para teléfonos y tabletas.

Presentación en sociedad de la nueva revista online Look & Beat 

Su público, todo bípedo inteligente con un mínimo grado de curiosidad por la moda, la música, las nuevas tecnologías, los viajes, los deportes y que, en definitiva, esté dispuesto a acercarse al mundo del arte y la cultura en general con un espíritu abierto, crítico y desprejuiciado.

La base, un contenido de alta calidad, con las nuevas tendencias como principal referente, y unos colaboradores que contarán con todo el apoyo logístico de Look & Beat para crear y dar rienda suelta a su talento en completa libertad dentro, por supuesto, de una línea coherente con el espíritu de la revista. Otra idea que les motiva es la de los “matrimonios imposibles”, es decir, la de potenciar la sinergia y la colaboración entre artistas de campos aparentemente distantes e irreconciliables.

Pedro "Vikingo" y parte de su equipo contentos tras la presentación

Cada número tendrá como elemento aglutinador y conceptual una letra del abecedario. En éste primero, como no podía ser de otra manera, el hilo conductor será la A con interesantísimos trabajos en los que se ha cuidado hasta la obsesión tanto el contenido como el formato y que protagonizan gente como la actriz Elena Anaya o el escritor Agustín Fernández Mallo.

El pasado jueves tuvo lugar la presentación para un reducido y privilegiado grupo de amigos y colaboradores. Muy buena impresión y una pequeña joyita que recomiendo encarecidamente y que está inspirada en una canción francesa muy popular durante la Primera Guerra Mundial: La Madelón.


Por último, un detalle que espero llegue a ser tan común en el futuro en cualquier publicación que no haga falta destacarlo: muchos de los trabajos contarán con adaptación para el colectivo de invidentes.

Os dejo aquí abajo el enlace y espero que lo disfrutéis de cabo a rabo, es decir, de la A…a la A.


sábado, 9 de febrero de 2013

El Desnu

Solía cortarse el pelo al uno una vez al año para dejar luego que creciese libre, como su espíritu y su pensamiento, durante doce meses. A veces llevaba gorra, siempre barba y sonrisa. Su librería-papelería estaba situada al  fondo a la izquierda de una minúscula galería de la calle Jerez, cajón de sastre en que el olor a desorden y humedad se mezclaba con ese aroma a tinta y papel nuevo que exhalan los periódicos por la mañana. Una pequeña mesa plegable en la puerta hacía las veces de improvisado aunque perenne mostrador. Siempre había alguien de paso que se paraba a conversar.


Su padre, Francisco, de vez en cuando acudía a echarle una mano y al mío, emigrante de otro mundo en fase de comprender su nuevo hábitat, le fascinaba escuchar las historias de hambre y guerra que contaba aquel señor de mirada serena al que yo recuerdo, no sé si por deformación del tiempo, oliendo romero y otras hierbas silvestres recién cortadas.

Le gustaba jugar con la particular disposición de sus dientes haciendo silbar las eses finales, como cuando te daba el resultado de tu cuenta – 25, 70, 235…pesetas – rematado invariablemente por la muletilla “dólaresssssss”. A los niños nos encantaba bajar a su tienda, aunque sólo fuera a por el periódico de los mayores, porque en esos años de postfranquismo de adultos todavía tan autoritarios y rígidos, él nos trataba con amabilidad y nos despedía siempre con un puñado de caramelos de cubalibre por más que sólo te llevaras un boli bic de dos duros: “son 10 dólaressss…pero niño espérate, no te vayas tan corriendo, toma unos caramelitos pal camino”. Y tenía la curiosa costumbre de apuntar en una libreta la dirección postal de todas las mujeres que pasaban por la tienda para enviarles una tarjeta por navidad sin esperar nada cambio.


El tiempo pasó, yo me fui a vivir fuera y este maestro que - si no me equivoco - nunca ejerció, dejó el centro para instalar su papelería en un barrio periférico, justo en frente del único instituto de Formación Profesional que hay en Ronda. Nunca volví a coincidir con él salvo un breve pero entrañable encuentro en la recepción del Hotel Reina Victoria de Ronda, hace un par de años, en que yo iba con mucha prisa – trabajo, Goyesca – pero en que le dio tiempo a preguntarme por la familia, contarme que su padre había fallecido hacía algunos años y dejarme fotocopiado un artículo elogiando su figura que él mismo había escrito para un periódico local.

Hace unos días, su nombre saltó a los medios nacionales porque había decidido ceder desinteresadamente a una familia rondeña desahuciada el inmueble, ahora vacío desde su modesta prejubilación, donde estaba situada la librería. En estos tiempos de corrupciones y pérdidas tan preocupantes de referencias, actitudes como la suya sin duda que nos vuelven a reconciliar con el ser humano.

Antonio el "Desnu" con uno de los integrantes de la familia desahuciada a quien ha cedido su local
Antonio Jiménez, conocido por todos como el Desnu desde que en su dura  infancia alguien decidiera llamarlo así por su figura frágil y desnutrida, entendió desde muy pronto que a veces es más importante llenar  el alma que el estómago; aunque esto lo debieron ignorar quienes así lo apodaron porque si no quizá, en vez de como Antonio el Desnu, habría pasado a la posteridad como Antonio el Gordo (de espíritu).


*Programa Gente de TVE en cuyo minuto 42 empieza el reportaje que le hicieron a Antonio el "Desnu" por su admirable gesto.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Los Balcones

"Por el balcón abierto a brumas estrelladas,
venía un viento triste de mundos invisibles...
Ella me preguntaba de cosas ignoradas
y yo le respondía de cosas imposibles..."
(Desnudos, Juan Ramón Jiménez)


Hubo un tiempo, no muy lejano, en que sobre los balcones pivotaba gran parte de la belleza y la vida social de nuestras ciudades. Su ascendencia llegó a ser tal que sin su presencia serían inconcebibles algunas de las páginas más bellas de nuestra literatura o nuestro cine - cómo olvidar Don Juan Tenorio o Bienvenido Mr.Marshall - por no hablar de la música, la pintura o la fotografía.


Los hay grandes y pequeños, barrocos y minimalistas, extrovertidos y esquivos, valientes y tímidos, coquetos y huraños, de maderas nobles o mármol de Carrara,  de hierro forjado o liso cristal, rojos, verdes, añiles, noctámbulos y madrugadores, colgados de precipicios o presidiendo plazas…Desde ellos se han proclamado repúblicas, presidido desfiles, condenado a muerte o inaugurado fiestas.

Mi fascinación por ellos es anterior a la misma conciencia, como la que tuve por los colores de Boca, los tallarines con tuco de mi abuela en domingo o los paisajes de Ronda. Su figura camaleónica impregna mi infancia y adolescencia con la normalidad de una llovizna fina que cala sin estridencias. El de la calle 25 de Mayo, en Orán, justo encima del porche donde en los atardeceres de verano juntaba mudas de piel de chicharras con mis primos; el de la calle San José, en Ronda, donde con mi amigo Luis jugábamos a seducir – sin saber aún qué significaba aquello -  a unas vecinas de en frente a quienes nunca jamás llegaríamos si quiera a besar. 

Pero no fui consciente de esa atracción y de esa omnipresencia perdida hasta que, al pisar La Habana por primera vez, me invadió una extraña sensación de amor recuperado y familiaridad con el lugar que no me supe explicar en ese instante. Los días pasaban entre mojitos y paseos sin que ese misterio latente dejara de acecharme con prudencia. Hasta que una mañana, después de caminar desde el Hotel Sevilla hasta las escalinatas del Capitolio a través del Paseo del Prado, mis ojos se detuvieron en un edificio que había al otro lado de la plaza. De estilo  colonial y soportales en los bajos, sus múltiples desconchones se empeñaban en desmentir una aristocracia de otros tiempos. Pero yo intuía que no era exactamente aquello lo que me atraía. Cogí la cámara, ajusté el zoom y, casi por instinto, comencé a dispararle sin aparente ton ni son. Luego, me senté en los escalones y, en ese momento, al pasar las fotos, como una revelación de la memoria primigenia, como una canción de la adolescencia o un olor de la niñez diluidos en el tiempo y que por alguna extraña razón se nos presentan de repente con la exacta precisión que tienen los sabores de la infancia, aquella ciudad tan vital como anclada en el pasado me reveló lo que yo de alguna manera ya sabía pero había olvidado: que amaba los balcones y, sobre todo, que añoraba la presencia de gente en ellos: gente conversando, gente riendo, gente viendo pasar gente, gente gritando, cantando, besándose, silbando, gente, gente, gente…

El Balcón, Édouard Manet
Cada momento histórico demanda su propia arquitectura y el tiempo de los balcones, ese anfibio que habita entre el hogar y la calle, ya pasó sepultado por los decibelios, la polución y el ritmo vertiginoso de las avenidas tanto como por la televisión y, más recientemente, internet,  esa ventana virtual que tiene la característica de acercar lo lejano y alejar lo cercano. Ya nadie se asoma a los balcones, ya nadie los necesita y van desapareciendo sigilosamente de nuestras vidas sin que nadie ponga el grito en el cielo ni los eche de menos mientras nuestras ciudades se pueblan de edificios cada vez más altos, más autistas y más inteligentes que sus promotores se empeñan en forrar de espejos que nos devuelven nuestro propio ego en un intento obscenamente indisimuladado de que no descubramos que, en su interior, tanta domótica no dejó sitio para el alma.

Hace unos meses pasé por la calle San José, en Ronda, y al mirar hacia arriba a ese balcón en el que yo había jugado a seducir con mi amigo Luis tantos años atrás, comprobé que alguien había decidido cerrarlo. Seguramente que ese mismo espacio, hoy ganado al exterior, donde nosotros tratábamos de comunicarnos a través de mimos y señales con las vecinas, estará en este momento ocupado por un niño, tan parecido y tan distinto a nosotros, jugando a la play a quince grados más de lo que marca el reloj de la cercana farmacia de guardia en esta fría tarde invernal. Poco a poco, irremediablemente, van quedando arrinconados en el basurero de la historia, en el lugar de lo que está fuera de la cadena de utilidad, en ese rincón de lo que tildamos como inútil que es, por otro lado, como decía George Bataille, lo que realmente nos hace humanos. 

Me atraen las causas perdidas y por eso quizá ame los balcones como amo la tauromaquia, la música en vivo - la reivindico por encima de los dj´s - o las plazas con árboles; y mientras quede en pie uno sólo de ellos, yo trataré de seguir trepándome, con mi maceta de geranios a cuestas, a contemplar la vida pasar por abajo y contar aquí lo que veo, con quien conmigo quiera subir. ¿Balconeamos?. 


Balconear: 1. tr. Arg. y Ur. Observar los acontecimientos sin participar en ellos.
                     2. tr. Ur. Examinar la situación.
                     3. intr. coloq. Arg., Guat., Hond., P. Rico y Ur. Mirar, observar con curiosidad desde un balcón o cualquier otro sitio elevado. U. t. c. tr.
(Fuente: Real Academia Española de la Lengua, RAE)