lunes, 25 de febrero de 2013

George


El tercero en discordia, el más joven de los cuatro, el primero de ellos en viajar a Estados Unidos, en acercarse a la espiritualidad oriental a través del gurú Ravi Shankar, en introducir el sitar en el rock – todo un acontecimiento en su época -, en querer dejar la banda…


No era un gran virtuoso de la guitarra cuando entró en el grupo pero lo acabó siendo. Autor de alguno de los temas más maravillosos del cuarteto, en su momento un tanto eclipsados por los del tándem Lennon-McCartney, como Here Comes The Sun o Something que él mismo se encargó de interpretar en los discos, fue un precursor de los macrofestivales benéficos y el primero en editar un álbum triple.

George tocando el sitar

Introvertido, aunque dicen que buen conversador y cercano en la intimidad, siempre  huyendo de los focos y buscando el segundo plano en su etapa en la banda, hoy hubiese cumplido 70 años. Yo, de nacer Beatle, hubiese querido ser él. Hubiese querido ser George Harrison.



sábado, 23 de febrero de 2013

Pasado


Suma de números escritos a tiza sobre una barra de madera gastada, grifo de vermut, barriles con nombres de vinos a granel. Un viejo de barba blanca entra desde el frío. La campanilla de la puerta lo delata. Va dejando libros de poemas sobre las mesas ocupadas. Un camarero de modales anacrónicos y camisa planchada pasa junto a él, lo mira con la displicencia de la familiaridad pero no lo saluda, tampoco lo invita a marcharse. Un grupo de jóvenes prolijamente desaliñados pide la cuenta.

Niños de la posguerra. Berlín, 1947

Ella va al baño. Él se entretiene contemplando viejas fotos que adornan las paredes. Se imagina ese mismo local hace cien años, poblado de sombreros y mocasines de charol brillante. Sólo hombres en su interior, un limpia en la puerta, una cigarrera de paso. Se oyen palabras anticuadas, expresiones extintas. Hablan de islas de ultramar perdidas, de atentados al rey, de semanas trágicas, hay partidarios de un tal Gallito y otros de un tal Belmonte. En una esquina, alguien trata de pasar desapercibido o simplemente hace tiempo. La vista extraviada sobre un periódico manoseado, el café humeante junto a una maleta de cartón gastado. Quizá sea un anarquista camino de una conspiración, quizá un asesino pasional que duda o tal vez un simple viajante de telas de paso por la ciudad. Discusiones de otros tiempos, las mismas angustias vitales de siempre.

Calle del Conde de Peñalver. Madrid, 1928.

El camarero deja dos cañas sobre la mesa mientras comenta  la última proeza de Messi. El viejo de barba blanca pasa recogiendo los libros de poemas que nadie ojeó. Ella vuelve del baño, cuelga el bolso del respaldo de su silla, ningún móvil sobre la mesa. Su pelo corto realza un rostro de belleza segura, sin aditivos.

-Si pudieras viajar en el tiempo, ¿A dónde lo harías? ¿Al pasado o al futuro?

Ella lo mira extrañada, parece vacilar, vuelve la vista hacia las fotos en blanco y negro que cuelgan de las paredes: niños remendados, mujeres de riguroso luto asando castañas, un toro muerto en plena vía, calles encharcadas y sin asfaltar…

- Al futuro.

-¿Por qué?

Levanta su vaso para brindar y le insta a él a hacerlo también.

-Porque el pasado huele mal.


Para V. por regalarme una tarde la frase del final y por invitarme a viajar, de vez en cuando, sin salir de un café o de un bar.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Sectarismos


"[ ] lo difícil que es en este país la disidencia verdadera. Tenemos una idea falsa de nosotros mismos, según la cual somos gente vehemente, que dice lo que piensa y que eso nos distingue de los extranjeros. Pero aquí es muy difícil decir lo que se piensa. Vivimos en una sociedad en la que, por falta de tradición democrática, existe una incapacidad de aceptar con naturalidad las opiniones o las informaciones que contradicen la ortodoxia establecida por un grupo." 

El día que en Barrio Sésamo explicaron la diferencia entre derecha e izquierda, el sectarismo, como la corrupción, faltó. Por eso, el sectarismo no es nada sectario con las ideologías y es capaz de sentarse a la mesa con cualquiera de ellas, sobre todo si tocan poder, y seducirlas sin ningún tipo de miramientos.  

No pasa nada, uno elige un bando, el que él cree que es el de los buenos, y paga su cuota de servilismo, a costa de su dignidad en muchas ocasiones, a cambio de obtener una defensa incondicional y a ultranza por parte del grupo mientras, eso sí, no se salga de su libro de estilo.

El problema surge cuando alguien decide saltarse ese compendio de buenos modales e ir por libre. Entonces, está jodido.

Ayer, en ese mismo periódico en que leía la interesantísima entrevista a Muñoz Molina en que figura la frase que encabeza este post, venía una noticia relacionada con un ex futbolista, Salva Ballesta, cuyo fichaje como técnico por un club de fútbol ha sido finalmente descartado por sus ideas políticas. Tiro de hemeroteca para  ver su historial de declaraciones y llego a la conclusión de que yo también, efectivamente,  estoy muy alejado de su supuesta ideología. Pero la cuestión es otra: ¿debe ser esto un factor determinante para vetar a alguien a que acceda a un puesto de trabajo en que lo que se requiere es una aptitud técnica sobre un deporte concreto? Creo que contestar afirmativamente a esto nos puede conducir a una espiral antidemocrática muy peligrosa de la que han sido víctima a lo largo de la historia desde escritores y cineastas hasta médicos o carpinteros por el simple hecho de atreverse a decir lo que pensaban.

Salva Ballesta


Cuentan que a finales de los 70,s, alguien de la Academia llamó a Borges para comunicarle que le iban a conceder el Premio Nobel de Literatura por su inmensa obra pero que a cambio debía condenar públicamente la cruenta dictadura militar argentina. El escritor, poco dado a las concesiones a la galería, contestó que si le querían dar el Nobel que se lo dieran pero que a él nadie le apuntaba lo que debía decir. A continuación, colgó el teléfono. Se quedó sin el premio, pero hizo bien.

Jorge Luis Borges

sábado, 16 de febrero de 2013

Amistad


"Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo del dentífrico"
(Rayuela, Julio Cortázar)

"Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuego iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego  sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros, arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende."
(El Libro de los Abrazos, Eduardo Galeano)


La verdadera amistad tiene algo de principio de novela de Cortázar transformado con el tiempo en cuento de Galeano.

Solía reunirlos la casualidad, de año en año, en distintos lugares, en medio de multitudes en que ellos no tardaron en descubrir que vibraban en la misma onda.


Un día quisieron arriesgar y se citaron para comprobar si la magia era inseparable del azar o por el contrario habitaba en el corazón de los humanos. Les gustó y repitieron.

Una madrugada de encuentro, uno de ellos abrió un libro. Un ticket amarillento de la Frick Collection marcaba la página 42. Un lápiz desdibujado, subrayaba una frase:

"Hay lugares de la ciudad que uno descubre por sí mismo en sus caminatas solitarias y otros que le son revelados como un regalo generoso de la amistad o el amor. Se puede regalar lo que uno más ama, cierta perspectiva al fondo de una calle, un parque pequeño junto a un puente, un café, un club de música, hasta un instante de la luz. Ese regalo intangible enriquece a quien lo ha hecho y se vuelve un tesoro enaltecido por el agradecimiento para el que lo recibe, en un recuerdo y también en la posibilidad de otro regalo. En el lugar estará siempre quien nos lo descubrió y el momento de nuestra vida en el que gracias a su mediación lo conocimos"
(Ventanas de Manhattan, Antonio Muñoz Molina)


Volvieron a releerla varias veces durante la noche, entre copa y copa, entre conversación y conversación. Incluso la acariciaron y la olieron, porque la belleza, cuando es auténtica, se disfruta con los 5 sentidos. Concluyeron que la meta es el camino, que la vida es mientras tanto y que la única certeza es el presente. Hubo pacto de meigas y amistad. De testigos, una guitarra y Bruce Springsteen. 

*Pequeño cuento para G. por la amistad, los momentos y esas galeradas del último libro de Antonio Muñoz Molina, Todo lo que era Sólido, que se publica la semana que viene y que yo, gracias a su impagable regalo, ya estoy disfrutando en mi casa. 


jueves, 14 de febrero de 2013

Hay dos clases de personas


Un día te levantas y decides que te gusta el café en vaso y dejas de pedirlo en taza. Una tarde que vuelves cansado del trabajo, llenas la bañera y concluyes que la ducha es sólo un sucedáneo para cuando tienes prisa o estás sólo. Y así te vas dando cuenta de que esas situaciones, aparentemente intrascendentes, que se nos presentan a cada instante en la vida diaria obligándonos a decidir de qué lado estamos, son como minúsculas cinceladas que van moldeando nuestra personalidad y marcando nuestro destino y el de quienes nos rodean.

Esta es la excusa que tomaron Eva Moreno y Juanca Vellido para construir lo que en realidad no deja de ser una hermosa poesía visual en tres minutos y medio en torno al amor y sus aristas.

Eva Moreno y Juanca Vellido, co-guionistas y co-directores del corto, en un bar de Lavapiés tras la "primicia mundial" para amigos.

En principio, su idea era escribirlo a cuatro manos para luego protagonizarlo cediendo la dirección a otra persona. Pero una madrugada de Chicote y llovizna en la Gran Vía madrileña en que una musa con turno de noche y cartel de libre los recogió de vuelta a casa, decidieron pasar por una vez de ser de esa clase de personas que actúan a ser de esa clase de personas que dirigen.

El proceso se aceleró muy rápido, los amigos se volcaron en el proyecto y hace un par de semanas decidieron juntarnos a unos cuantos privilegiados en casa de Juanca para mostrarnos en primicia esta pequeña joyita cuyo final, tan bello, nos emocionó a todos los allí presentes.

Como datos anecdóticos, destacar el original cartel diseñado por el artista rondeño Chemi Ramírez, y que la cámara digital empleada en el rodaje, la Canon 1DC, nunca antes había sido utilizada en España. ¡Debut a lo grande!

Lo han presentado al Jameson Notodofilmfest. Os dejo abajo el enlace para que lo disfrutéis y luego decidáis si sois de esa clase de personas a las que les ha encantado o de esa otra a las que simplemente les ha vuelto locos…



miércoles, 13 de febrero de 2013

Look & Beat


El futuro es audiovisual y está en las redes, sí, y las crisis son una hermosa oportunidad para agudizar el ingenio y tratar de sacar adelante nuevas ideas. Esto es lo que debió pensar Pedro Vikingo, que cuenta con una amplia trayectoria en el mundo de la imagen,  cuando hace algún tiempo decidió ponerse manos a la obra con un ilusionante proyecto que hoy, tras muchos meses de duro pero apasionante trabajo, ve la luz.

Look & Beat nace con una clara vocación audiovisual y con la intención de ser una revista bimensual, de carácter gratuito y exclusivamente online  con sus apps correspondientes para teléfonos y tabletas.

Presentación en sociedad de la nueva revista online Look & Beat 

Su público, todo bípedo inteligente con un mínimo grado de curiosidad por la moda, la música, las nuevas tecnologías, los viajes, los deportes y que, en definitiva, esté dispuesto a acercarse al mundo del arte y la cultura en general con un espíritu abierto, crítico y desprejuiciado.

La base, un contenido de alta calidad, con las nuevas tendencias como principal referente, y unos colaboradores que contarán con todo el apoyo logístico de Look & Beat para crear y dar rienda suelta a su talento en completa libertad dentro, por supuesto, de una línea coherente con el espíritu de la revista. Otra idea que les motiva es la de los “matrimonios imposibles”, es decir, la de potenciar la sinergia y la colaboración entre artistas de campos aparentemente distantes e irreconciliables.

Pedro "Vikingo" y parte de su equipo contentos tras la presentación

Cada número tendrá como elemento aglutinador y conceptual una letra del abecedario. En éste primero, como no podía ser de otra manera, el hilo conductor será la A con interesantísimos trabajos en los que se ha cuidado hasta la obsesión tanto el contenido como el formato y que protagonizan gente como la actriz Elena Anaya o el escritor Agustín Fernández Mallo.

El pasado jueves tuvo lugar la presentación para un reducido y privilegiado grupo de amigos y colaboradores. Muy buena impresión y una pequeña joyita que recomiendo encarecidamente y que está inspirada en una canción francesa muy popular durante la Primera Guerra Mundial: La Madelón.


Por último, un detalle que espero llegue a ser tan común en el futuro en cualquier publicación que no haga falta destacarlo: muchos de los trabajos contarán con adaptación para el colectivo de invidentes.

Os dejo aquí abajo el enlace y espero que lo disfrutéis de cabo a rabo, es decir, de la A…a la A.


sábado, 9 de febrero de 2013

El Desnu

Solía cortarse el pelo al uno una vez al año para dejar luego que creciese libre, como su espíritu y su pensamiento, durante doce meses. A veces llevaba gorra, siempre barba y sonrisa. Su librería-papelería estaba situada al  fondo a la izquierda de una minúscula galería de la calle Jerez, cajón de sastre en que el olor a desorden y humedad se mezclaba con ese aroma a tinta y papel nuevo que exhalan los periódicos por la mañana. Una pequeña mesa plegable en la puerta hacía las veces de improvisado aunque perenne mostrador. Siempre había alguien de paso que se paraba a conversar.


Su padre, Francisco, de vez en cuando acudía a echarle una mano y al mío, emigrante de otro mundo en fase de comprender su nuevo hábitat, le fascinaba escuchar las historias de hambre y guerra que contaba aquel señor de mirada serena al que yo recuerdo, no sé si por deformación del tiempo, oliendo romero y otras hierbas silvestres recién cortadas.

Le gustaba jugar con la particular disposición de sus dientes haciendo silbar las eses finales, como cuando te daba el resultado de tu cuenta – 25, 70, 235…pesetas – rematado invariablemente por la muletilla “dólaresssssss”. A los niños nos encantaba bajar a su tienda, aunque sólo fuera a por el periódico de los mayores, porque en esos años de postfranquismo de adultos todavía tan autoritarios y rígidos, él nos trataba con amabilidad y nos despedía siempre con un puñado de caramelos de cubalibre por más que sólo te llevaras un boli bic de dos duros: “son 10 dólaressss…pero niño espérate, no te vayas tan corriendo, toma unos caramelitos pal camino”. Y tenía la curiosa costumbre de apuntar en una libreta la dirección postal de todas las mujeres que pasaban por la tienda para enviarles una tarjeta por navidad sin esperar nada cambio.


El tiempo pasó, yo me fui a vivir fuera y este maestro que - si no me equivoco - nunca ejerció, dejó el centro para instalar su papelería en un barrio periférico, justo en frente del único instituto de Formación Profesional que hay en Ronda. Nunca volví a coincidir con él salvo un breve pero entrañable encuentro en la recepción del Hotel Reina Victoria de Ronda, hace un par de años, en que yo iba con mucha prisa – trabajo, Goyesca – pero en que le dio tiempo a preguntarme por la familia, contarme que su padre había fallecido hacía algunos años y dejarme fotocopiado un artículo elogiando su figura que él mismo había escrito para un periódico local.

Hace unos días, su nombre saltó a los medios nacionales porque había decidido ceder desinteresadamente a una familia rondeña desahuciada el inmueble, ahora vacío desde su modesta prejubilación, donde estaba situada la librería. En estos tiempos de corrupciones y pérdidas tan preocupantes de referencias, actitudes como la suya sin duda que nos vuelven a reconciliar con el ser humano.

Antonio el "Desnu" con uno de los integrantes de la familia desahuciada a quien ha cedido su local
Antonio Jiménez, conocido por todos como el Desnu desde que en su dura  infancia alguien decidiera llamarlo así por su figura frágil y desnutrida, entendió desde muy pronto que a veces es más importante llenar  el alma que el estómago; aunque esto lo debieron ignorar quienes así lo apodaron porque si no quizá, en vez de como Antonio el Desnu, habría pasado a la posteridad como Antonio el Gordo (de espíritu).


*Programa Gente de TVE en cuyo minuto 42 empieza el reportaje que le hicieron a Antonio el "Desnu" por su admirable gesto.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Los Balcones

"Por el balcón abierto a brumas estrelladas,
venía un viento triste de mundos invisibles...
Ella me preguntaba de cosas ignoradas
y yo le respondía de cosas imposibles..."
(Desnudos, Juan Ramón Jiménez)


Hubo un tiempo, no muy lejano, en que sobre los balcones pivotaba gran parte de la belleza y la vida social de nuestras ciudades. Su ascendencia llegó a ser tal que sin su presencia serían inconcebibles algunas de las páginas más bellas de nuestra literatura o nuestro cine - cómo olvidar Don Juan Tenorio o Bienvenido Mr.Marshall - por no hablar de la música, la pintura o la fotografía.


Los hay grandes y pequeños, barrocos y minimalistas, extrovertidos y esquivos, valientes y tímidos, coquetos y huraños, de maderas nobles o mármol de Carrara,  de hierro forjado o liso cristal, rojos, verdes, añiles, noctámbulos y madrugadores, colgados de precipicios o presidiendo plazas…Desde ellos se han proclamado repúblicas, presidido desfiles, condenado a muerte o inaugurado fiestas.

Mi fascinación por ellos es anterior a la misma conciencia, como la que tuve por los colores de Boca, los tallarines con tuco de mi abuela en domingo o los paisajes de Ronda. Su figura camaleónica impregna mi infancia y adolescencia con la normalidad de una llovizna fina que cala sin estridencias. El de la calle 25 de Mayo, en Orán, justo encima del porche donde en los atardeceres de verano juntaba mudas de piel de chicharras con mis primos; el de la calle San José, en Ronda, donde con mi amigo Luis jugábamos a seducir – sin saber aún qué significaba aquello -  a unas vecinas de en frente a quienes nunca jamás llegaríamos si quiera a besar. 

Pero no fui consciente de esa atracción y de esa omnipresencia perdida hasta que, al pisar La Habana por primera vez, me invadió una extraña sensación de amor recuperado y familiaridad con el lugar que no me supe explicar en ese instante. Los días pasaban entre mojitos y paseos sin que ese misterio latente dejara de acecharme con prudencia. Hasta que una mañana, después de caminar desde el Hotel Sevilla hasta las escalinatas del Capitolio a través del Paseo del Prado, mis ojos se detuvieron en un edificio que había al otro lado de la plaza. De estilo  colonial y soportales en los bajos, sus múltiples desconchones se empeñaban en desmentir una aristocracia de otros tiempos. Pero yo intuía que no era exactamente aquello lo que me atraía. Cogí la cámara, ajusté el zoom y, casi por instinto, comencé a dispararle sin aparente ton ni son. Luego, me senté en los escalones y, en ese momento, al pasar las fotos, como una revelación de la memoria primigenia, como una canción de la adolescencia o un olor de la niñez diluidos en el tiempo y que por alguna extraña razón se nos presentan de repente con la exacta precisión que tienen los sabores de la infancia, aquella ciudad tan vital como anclada en el pasado me reveló lo que yo de alguna manera ya sabía pero había olvidado: que amaba los balcones y, sobre todo, que añoraba la presencia de gente en ellos: gente conversando, gente riendo, gente viendo pasar gente, gente gritando, cantando, besándose, silbando, gente, gente, gente…

El Balcón, Édouard Manet
Cada momento histórico demanda su propia arquitectura y el tiempo de los balcones, ese anfibio que habita entre el hogar y la calle, ya pasó sepultado por los decibelios, la polución y el ritmo vertiginoso de las avenidas tanto como por la televisión y, más recientemente, internet,  esa ventana virtual que tiene la característica de acercar lo lejano y alejar lo cercano. Ya nadie se asoma a los balcones, ya nadie los necesita y van desapareciendo sigilosamente de nuestras vidas sin que nadie ponga el grito en el cielo ni los eche de menos mientras nuestras ciudades se pueblan de edificios cada vez más altos, más autistas y más inteligentes que sus promotores se empeñan en forrar de espejos que nos devuelven nuestro propio ego en un intento obscenamente indisimuladado de que no descubramos que, en su interior, tanta domótica no dejó sitio para el alma.

Hace unos meses pasé por la calle San José, en Ronda, y al mirar hacia arriba a ese balcón en el que yo había jugado a seducir con mi amigo Luis tantos años atrás, comprobé que alguien había decidido cerrarlo. Seguramente que ese mismo espacio, hoy ganado al exterior, donde nosotros tratábamos de comunicarnos a través de mimos y señales con las vecinas, estará en este momento ocupado por un niño, tan parecido y tan distinto a nosotros, jugando a la play a quince grados más de lo que marca el reloj de la cercana farmacia de guardia en esta fría tarde invernal. Poco a poco, irremediablemente, van quedando arrinconados en el basurero de la historia, en el lugar de lo que está fuera de la cadena de utilidad, en ese rincón de lo que tildamos como inútil que es, por otro lado, como decía George Bataille, lo que realmente nos hace humanos. 

Me atraen las causas perdidas y por eso quizá ame los balcones como amo la tauromaquia, la música en vivo - la reivindico por encima de los dj´s - o las plazas con árboles; y mientras quede en pie uno sólo de ellos, yo trataré de seguir trepándome, con mi maceta de geranios a cuestas, a contemplar la vida pasar por abajo y contar aquí lo que veo, con quien conmigo quiera subir. ¿Balconeamos?. 


Balconear: 1. tr. Arg. y Ur. Observar los acontecimientos sin participar en ellos.
                     2. tr. Ur. Examinar la situación.
                     3. intr. coloq. Arg., Guat., Hond., P. Rico y Ur. Mirar, observar con curiosidad desde un balcón o cualquier otro sitio elevado. U. t. c. tr.
(Fuente: Real Academia Española de la Lengua, RAE)